En el actual proceso rumbo a las Elecciones Generales 2026, el contexto político peruano nos muestra que el sistema de partidos está profundamente fragmentado. El panorama actual dibuja un escenario saturado y casi caótico, donde proliferan identidades políticas que compiten por captar la atención de un electorado cada vez más desconfiado.
En lugar de partidos sólidos, con organización territorial, programas sólidos y continuidad histórica, el electorado se enfrenta a una especie de feria visual donde cada agrupación intenta diferenciarse con un símbolo llamativo. En teoría, los logos deberían comunicar ideología, visión, trayectoria. En la práctica, terminan funcionando como un parche visual que busca suplir carencias más profundas.
Cada logo intenta condensar una identidad, aunque muchos de estos partidos no tengan estructura real, militancia activa o un proyecto político duradero.
Un problema que trasciende lo gráfico: la multiplicación de mini-partidos
Detrás de esta avalancha de logos está un problema más profundo: la creación continua de agrupaciones políticas sin arraigo real. El resultado es un ecosistema político lleno de proyectos efímeros que aparecen para un proceso electoral y desaparecen antes del siguiente.
Tener tantos partidos no ha significado mayor representatividad. Por el contrario:
La votación se atomiza.
El Congreso se llena de microbancadas.
La gobernabilidad se vuelve más difícil.
El ciudadano percibe que “todos son lo mismo”.
El logo se vuelve símbolo de esta crisis: muchos colores, pocas diferencias de fondo.
